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Se han cumplido poco más de 100 días del gobierno de Gustavo Petro y el panorama no podría ser más desolador. El País está anestesiado y la oposición apenas se manifiesta por las redes sociales y marchas pacíficas, pero la realidad es que vamos rumbo al más estrepitoso naufragio.
Como aconteció con el Titanic, y con todos los barcos que se hunden, al comienzo de le emergencia la gente ni se da cuenta de lo que pasa. Y cuando alguien advierte que el barco está en peligro, los pasajeros suicidas lo silencian, pues lo consideran un alarmista inoportuno.
En Colombia ya se deberían estar disparando las bengalas de auxilio que anteceden al naufragio, alertando al País y al mundo sobre la deriva autoritaria y la debacle económica que se están gestando.
Es verdad que las consecuencias de esas medidas aun no nos afectan, pues sus efectos no son inmediatos, pero “la suerte está echada”. Veamos la realidad:
¡Todo esto debería ser suficiente para preocupar a los colombianos! El País está atónito y anestesiado frente al peligro inminente de naufragar, pero es de esperar que en cualquier momento esa inacción se transforme en una actitud coherente en defensa de la Patria. No merecemos la suerte de estar gobernados por una banda de desquiciados que son enemigos de la cultura, de la civilización, del progreso, de la generación de riqueza y del sentido común.
¡Colombia: ya es hora de despertar de este letargo! Debemos proteger y conservar lo que hemos construido como nación a lo largo de varios siglos. De esta aventura marxista que apenas empieza, sólo nos quedarán el fracaso, la frustración y la miseria.
Si la Colombia profunda se levanta como un solo hombre para evitar la tragedia, se podrá rectificar el camino equivocado y regresar a la senda correcta. Es necesario solucionar los problemas que nos afectan, pero eso no se hace derribando el establecimiento, y menos imponiendo una dictadura marxista. Estamos sumergidos en una tragedia de gran magnitud, que si no se detiene a tiempo, serán necesarias varias generaciones para reconstruir lo que está siendo destruido.
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