Es cierto que el mainstream del nacionalismo vasco y catalán no tiene un discurso socialmente conservador. Acatan al completo la agenda cultural revolucionaria, del «marxismo cultural»: multiculturalismo, aborto, eutanasia, ideología de género, «religión climática»…
No hay, ni en Cataluña ni en las Provincias Vascongadas, ninguna fuerza política que, pese a ser contraria a la unidad de España o cualquier concepción pro-hispanista, defienda la tradición católica, la familia, la propiedad y el derecho a la vida desde la fecundación hasta la muerte natural.
Hablamos también de regiones donde la profesión de fe católica es mucho más baja que en el resto de España, pese a que provincias como Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa, Lérida y Tarragona fueran muy potentes en la defensa del lema «Dios, Patria, Fueros y Rey» (carlismo).
Dígase que, posiblemente, la ausencia de Dios en las regiones que otrora fueron de honda fe sociológica fuese la que diese lugar a una «necesidad» de agarrarse a cualquier cosa, sustentándose así en falsos conceptos de «Nación» a los cuales glorificar.
Pero en verdad hablamos de un movimiento que difícilmente puede confiar en el laissez faire, le monde va de lui même. La imposición lingüística y «nacional» en la que trabajan no puede ser asistida por el orden espontáneo y natural.
Se necesita un Estado muy hipertrofiado, un mecanismo potente de ingeniería social (para adulterar las mentes libres), una censura sistemática y un hábito social de culto a las abstracciones falaces de nación.
Del mismo modo que los nazis teutones señalaban al judío y que la originaria lucha de clases enfrentaba a empresarios y proletarios, estos movimientos periféricos necesitan hablar de «vascos verdaderos», de «verdaderos catalanes», para lo cual es altamente necesario aniquilar el elemento hispánico.
Del mismo modo que el comunismo contemporáneo piensa en el «gobierno global», que el III Reich apostó por anexionarse la integridad del territorio austriaco y que Putin quiere invadir Ucrania, el nacionalismo vasco y catalán busca anexionar otros territorios contra la realidad histórica (además de que no hay mayorías sociológicas que acepten esta anexión).
Con lo cual, puestos a profundizar en el sentido de estas acusaciones de «nazismo», cabe destacar que estos movimientos nacionalistas periféricos no apuestan por la subsidiariedad, la descentralización y la sociedad orgánica cristiana, sino por falacias paganas y expansionistas de clara índole revolucionaria.