La continua guerra contra el terrorismo ha llevado a una renovada conciencia nacional del alto precio de la guerra y, para muchos, a un mayor deseo de paz. Sin embargo, a pesar de toda esta preocupación, la guerra más horrible de todas continúa sin cesar. Esta es una guerra que se desarrolla dentro de nuestras fronteras y se ha cobrado 60 millones de vidas estadounidenses en los últimos 47 años.

Este flagelo es tan horrible como cualquier cosa que los terroristas puedan imaginar, porque golpea el núcleo mismo de la humanidad: la familia. Al destruir el vínculo humano más básico de todos, el que existe entre madre e hijo, el aborto disuelve el precioso pegamento que une a nuestra nación.

Si bien la madre y el niño son las primeras víctimas, no hay un solo elemento de la sociedad que no se vea afectado por el aborto. Madre, hijo, padre, marido, tía, tío, amigo, hermano y abuelo sufren por igual las cicatrices del bisturí del abortista. La paz en el extranjero no tiene sentido sin paz en el interior.