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Las noticias de la persecución religiosa que se ejecuta en Nicaragua son abominables. El dictador Daniel Ortega y la bruja satánica de su esposa, Rosario Murillo, vicepresidente del país, han desatado una infame persecución contra obispos, sacerdotes, monjas y comunidades católicas.
Hasta hace pocos días el caso más emblemático era el encarcelamiento arbitrario del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, quien sigue preso. Su martirio es un ejemplo para la Iglesia, que ha sufrido las persecuciones del comunismo desde que este régimen antinatural y perverso tomó cuenta de numerosas naciones en el último siglo.
El más reciente de estos hechos es la expulsión de la Compañía de Jesús de Nicaragua. Por medio de un decreto dictatorial emitido por Ortega la semana pasada, fueron confiscadas las universidades, colegios, iglesias, casas de oración, residencias, y cualquier propiedad de la orden de los jesuitas. Todos los miembros de la orden religiosa fueron expulsados del país.
Es increíble que este odio implacable contra la Iglesia exista en nuestros días. Igual al de Nerón y otros emperadores romanos, que se divertían sacrificando cristianos en el Circo de Roma. O las persecuciones de Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro, quienes manifestaron su odio a la Iglesia Católica, fusilando y encarcelando obispos, sacerdotes, monjas y fieles católicos, pues para estos personajes salidos del infierno, la religión es un obstáculo para la implantación del marxismo.
Sin embargo, aunque sin duda es un horror la persecución contra los jesuitas en Nicaragua, es necesario recordar las andanzas poco católicas de la Compañía de Jesús por Centroamérica durante los últimos 50 años.
A partir de 1970, algunos sectores de la Compañía de Jesús, y también del clero latinoamericano, abrazaron la causa de la Teología de la Liberación. En El Salvador, un grupo numeroso de jesuitas fueron protagonistas de la lucha armada para imponer la revolución marxista. En 1989, seis de estos jesuitas fueron asesinados por grupos paramilitares, lo cual evidentemente es inaceptable por ser contrario a la moral, a los principios católicos y al Derecho Natural. Siendo culpables, el camino era capturarlos, juzgarlos y condenarlos por sus crímenes, como corresponde a una sociedad civilizada.
El jefe era el jesuita español Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centro Americana de El Salvador (UCA), regentada por la Compañía de Jesús, quien al mismo tiempo era jefe de las actividades subversivas, que tenían su cuartel general en la misma universidad.
En Nicaragua, los sacerdotes Ernesto y Fernando Cardenal, Miguel Descoto y Edgard Parrales, llegaron a ser ministros del régimen de Ortega hacia 1980, en la primera etapa de la revolución sandinista. En 1984 el papa Juan Pablo II los excomulgó y les prohibió ejercer el sacerdocio por pertenecer a un gobierno marxista, pero en el año 2014 el papa Francisco les levantó la excomunión y los recibió en el seno de la Iglesia sin que hubiesen cambiado su pensamiento en un ápice. No son católicos, son enemigos de la Iglesia, militan en la religión del ateísmo y hacían parte de grupos marxistas armados, que practican el principio marxista de combinar todas las formas de lucha revolucionaria. Pero es bien sabido que Francisco hace parte desde su juventud de la misma corriente de pensamiento de estos curas.
Mientras en Centroamérica acontecían estos escándalos, algunos obispos del continente eran sus defensores acérrimos. Entre ellos, Hélder Cámara y Pedro Casaldáliga, obispos de Brasil; el obispo Óscar Romero, de El Salvador; y el cardenal Raúl Silva Henríquez en Chile. La indolencia y la cobardía de las autoridades eclesiásticas ha sido notable, en esos países y en el Vaticano.
En Colombia la situación no fue diferente. Los curas españoles Domingo Laín y Manuel Pérez, que no eran jesuitas, fueron los fundadores y máximos líderes del ELN. Camilo Torres, quien tampoco fue jesuita, abandonó su condición de sacerdote para unirse a la lucha armada. Y desde entonces, los sacerdotes jesuitas Francisco de Roux y Javier Giraldo han dirigido el Cinep, una organización de fachada de los grupos terroristas. El mismo cura de Roux presidió la Comisión de la Verdad, nombrado por el presidente Duque para ocultar los crímenes de la subversión terrorista, cambiando la verdad por un sartal de mentiras. En frecuentes declaraciones públicas, no ha ocultado su admiración y amistad con los actuales jefes terroristas del ELN y las FARC.
¡Siembra vientos y cosecha tempestades! Los frutos de la Teología de la Liberación, donde un gran número de sacerdotes se convirtieron en adalides de la revolución marxista, fue la responsable de conducir a varias naciones hacia la miseria y la tiranía. Y ahora, cuando la dictadura esclaviza al pueblo de Nicaragua, procede a expulsar a los jesuitas, como agradecimiento por haber luchado por la revolución marxista que los llevó al poder hace 40 años.
El silencio del papa Francisco es demasiado elocuente. Además de ser el más destacado jesuita de la actualidad, ha sido también una de las figuras prominentes de la Teología de la Liberación. Aunque ahora que ocupa el trono de San Pedro pasa por moderado en lo que respecta a la lucha armada, en cuanto a la doctrina herética de la Teología de la Liberación, que pretende introducir el comunismo en la Iglesia para destruirla, es hoy uno de sus más radicales defensores.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, por quien tengo una sólida devoción, pues estudié con los jesuitas desde mi infancia, decía que los días más felices de su vida eran cuando recibía un nuevo miembro de la compañía, y cuando expulsaba a alguno que no era digno de ella. ¡Si viviera en nuestra época, a cuántos jesuitas no quisiera expulsar! ¡Ay Jesús, qué compañía!
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